Lalo era el dueño del antro. La primera noche que lo vi mi cerebro y mi instinto de conquista de inmediato lo seleccionaron como el objetivo a seguir. Mis ojos se convirtieron en una mirilla telescópica que lo enfocaba al centro de la misma; a donde se moviera mi mirada lo seguían. Por supuesto esa noche todavía no sabía quién era ni a qué se dedicaba, sólo sabía que en medio de todos los gays asiduos a ese lugar, él era el único buga guapo con quien podía llegar a tener algo. Dejando a un lado a mis amigos di una vuelta completa alrededor de la pista y me instalé a su lado en la barra principal…
Cuatro años después de conocernos regresaba a México; habían pasado cerca de tres años tras nuestro último encuentro y lo primero que hizo fue llamarme para invitarme a cenar. En un principio pensé que se trataba de una broma, jamás imaginé recibir una llamada suya, mucho menos una invitación a salir, pero después de escuchar sus bien estructurados cumplidos acepté. ¿Qué tanto es tantito? Si cuatro años atrás acepté una relación con él sabiendo que tenía esposa y una hija de tres años, ¿por qué no aceptar una invitación a cenar? ¿Qué podía pasar que no hubiera sucedido antes?
La cena estuvo exquisita pero más deliciosa fue su compañía. Como siempre nunca nos faltó tema de conversación, y cuando agotamos todos los temas Lalo rompió el silencio al tomar mis manos en las suyas. No sólo nuestras manos se estaban tocando, su mirada también acariciaba la mía, estaban clavadas mutuamente, sin desprenderse.
–¿Te puedo dar un beso?
–Los que quieras, Lalo…
Esa misma frase fue la que usé cuando lo conocí… Aquella noche, después de conversar con él, no sé, 20 o 30 minutos no pude más y abiertamente le pregunté si podía regalarme un beso… Y con esa misma franqueza me respondió “Los que quieras…” Así empezó nuestra relación.
Después de unos cuantos besos y compartir la cena y el vino, dejamos el restaurante para irnos al antro donde todo empezó. Durante el trayecto no soltó mi mano, la apretaba y acariciaba constantemente, mientras yo no dejaba de pensar en todas las miradas que me iban a comer viva en cuanto entrara tomada de su mano. Aunque Lalo ya no estaba en mi vida, yo seguía frecuentando el lugar y por supuesto más de una noche salí bien acompañada, o al menos con un buen sabor de boca y todos los empleados del lugar eran testigos de ello.
Llegamos y el capitán tenía lista una mesa especial al fondo donde uno de los meseros nos sirvió champagne. Lalo brindó nuevamente por nuestro encuentro y por aquel lugar tan especial donde nos encontramos por primera vez.
–¿Y sigues viniendo con Ricardo y Esteban?
–Así es…
–¿Y sigues bailando con Ricardo?
–A veces, ¿por qué…?
–Porque siempre te ha gustado bailar con él… Incluso me atrevo a decir que lo disfrutas mucho.
–Tanto como disfrutarlo no… Más bien me divierte mucho hacerlo.
–¿Y esta noche… bailarías para mí?
–¿Cómo…?
–Sí… ¿Bailarías con Ricardo para mí?
–O sea… ¿Cómo…?
–Yo siempre te he dicho que no puedo bailar con nadie por cuestiones de respeto… Sé que a ti te encanta bailar, y no quiero que si tienes ganas te quedes sentada.
–Bueno sí, pero… ¿por qué dijiste que si bailaría con Ricardo para ti?
–Porque me encanta verte… Siempre me ha gustado ver cómo te mueves en la pista, cómo te mueves intentando seducirlo, a él y a todos los que están a tu alrededor.
–¿Eso crees?
–¿Y no es verdad?
–Bueno… Algo hay de cierto… Sí… Me gusta que me vean.
–Y sobre todo te gusta que yo te vea, ¿no?
–Sí…
–Entonces no hay ningún problema, a ti te gusta que te vea, y a mi me encanta observarte.
–Pero Ricardo…
–Él no tiene por qué saberlo… ¿estás de acuerdo?
–Creo que sí…
Acto seguido, le di un beso delicioso y me paré a buscar a Ricardo. Aunque la nueva distribución del antro no tenía el afamado “rincón del faje” sabía que Ricardo estaba en la parte más oscura del lugar viendo a quien se ligaba.
–¿Qué pasó mi amor…? ¿Todo bien?
–Sí… A ti te estaba buscando… ¿Quieres bailar?
–Por supuesto…
Ricardo me tomó de la mano para meterme a la pista de baile. Escogí un lugar estratégico para que Lalo nos viera y sin que Ricardo se percatara de mis intenciones me tomó por la cintura, metió una de sus piernas entre las mías y empezamos a mover nuestras caderas al ritmo de la música. Como sucede siempre que bailamos, todos a nuestro alrededor empezaron a mirarnos y a hacernos espacio para movernos más libremente… Sí, siempre éramos la atracción y todos querían imitarnos, tal vez envidiaban la libertad con la que nos movíamos emulando movimientos que sólo se hacen en la cama, pasando nuestras manos por el cuerpo del otro desde el pecho hasta las nalgas y de regreso, bajando en cuclillas como si quisiéramos darnos sexo oral alternadamente; definitivamente era muy divertido y cachondo. Sólo con Ricardo he podido sentir esa cachondez al bailar aún sabiendo que es gay. Bailamos así tres piezas completas y los dos empezábamos a sentir la fatiga por la falta de condición, definitivamente necesitábamos practicar nuestro baile más seguido para no sofocarnos tan rápido. Al final me jaló para apretarme contra su pecho y decirme al oído “Si como bailas coges… ¡Qué afortunado es el cabrón con el que andas!” Por lo visto, Ricardo nunca se iba a olvidar de aquella frase memorable que el dije el primer día que bailamos juntos.
Regresé a la mesa donde Lalo me miraba no sólo con atención, sino también con deseo. Por lo visto era cierto todo lo que me había dicho, el verme bailar así, lo disfrutaba tanto como yo.
–¿Y tu de plano no bailas nada?
–Sí… Pero no tan bien como él… o como tú. La verdad disfruto más observándote… Me encantan tus movimientos, me gusta estudiarlos, aprenderlos para después adivinarlos… y cuando estoy a solas imaginarme que soy yo quien está parado frente a ti.
–O sea que eres voyeour.
–Algo tengo de eso…
–¿Y tu crees que algún día tú y yo podríamos bailar…?
–Por supuesto… Aunque en este momento no quiero borrar de mi mente tu imagen moviéndote… No sabes lo que me provocas cada vez que te observo.
Volvimos a quedarnos en silencio por un rato. Lalo me tenía abrazada por la cintura consiguiendo que la mitad de mi torso se recostara en su pecho. Su olor me tenía extasiada, era la misma loción que recordaba cada vez que venía a mi mente la imagen de aquel primer beso entre la barra y la caja.
–¿Sigues usando Fendi? –me preguntó hundiendo su nariz en mi cabello.
–Sí… ¿te acordaste?
–Por supuesto… ¿Cómo olvidar ese olor tan exquisito?
–Es el último frasco que me queda… y sólo lo uso para eventos muy especiales.
–¿Por qué el último?
–Porque ya lo descontinuaron, y hace como dos años me la pasé recolectando botellas por todos lados para tener un stock, pero ya se me acabó.
–No, no… Tenemos qué hacer algo para encontrar más. Tal vez en McAllen te puedo conseguir un par de botellas.
–Si me las consigues, ¡te hago lo que quieras!
–¿Ah si? ¿Nada más si te las consigo?
–Bueno… Además de… –mis labios llegaron a los suyos y mi mano empezó a recorrer su entre pierna buscando anidarse en el centro. Quería tocarlo, sentirlo, saber si mis besos lo excitaban tanto como sus besos me excitaban a mí. Cada vez que sus labios se postraban sobre los míos podía sentir una nueva humedad formándose entre mis muslos. Su mano respondió a mi caricia y discretamente se deslizó entre nuestros torsos para acariciar mis senos; al igual que su boca, su tacto era delicado, suave, sus dedos se paseaban lentamente sobre mis pezones erectos haciéndome jadear dentro de sus labios.
–Si me sigues besando de esa manera voy a tener que pedirte que me lleves a la oficina.
–No, si tú me sigues besando y acariciando de esa manera voy a tener que pedir la cuenta.
Sus brazos se cerraron alrededor de mi cintura para volverme a besar, para entregarme con ese beso el deseo que empezaba a crecer dentro de sus pantalones.