La Otra Noche


La Otra Noche

Acudí el otro día a una reunión que me invitaron, no tenía mucho ánimo, pero me decidí tras sentir la gran soledad que rondaba en mi casa. Llegué hacia las diez a casa de mis amigos, y algunos invitados ya estaban muy instalados y con un buen rato platicando y bebiendo. La casa era amplia y elegante, con un gran jardín. La noche era fresca. Después de un rato de convivir con el grupo, me retiré a fumar un pequeño puro en el corredor del segundo piso en donde había una magnífica vista de las luces de la ciudad.

Pensaba si no era mejor retirarme después de un rato, ya que la mayoría de los que ahí estaban venían en pareja. Podía ver a lo lejos las luces parpadeando y sentir el aire fresco en mi cara, cuando una chica con un vestido negro, de finos tirantes delgados sobre sus hombros se acercó al barandal del corredor. Volteó a verme al mismo tiempo que yo lo hacía, pude echar una mirada rápida y aprecié una linda cara y sobre todo, unos hermosos pies en sus bellas sandalias de tacón.

–Hola –le dije–, ¿Con quién vienes?

–Hola, no vengo con nadie –,me respondió con una sonrisa y una mirada que no se apartaba de mis ojos. Parecía que intentaba conocer mi alma a través de ellos. Eran unos ojos grandes, oscuros y muy expresivos.

Comenzamos a platicar de lo agradable de la noche, de lo que nos había llevado a esa reunión y de muchas otras intrascendencias. Sin embargo, su mirada era penetrante y lasciva, un ligera sonrisa se dibujaba en su cara. Podía ver también que mientras se desarrollaba la comunicación, ella fantaseaba en su mente algo... También podía apreciar que los pezones bajo su vestido se habían puesto muy firmes y se dibujaban perfectamente a través de la tela... Entonces, yo empecé a fantasear.

Un ligero roce sobre mi mano me sacó del sueño, era ella quien intentaba tomar el puro de entre mis manos para probarlo, para acariciarlo con esos labios perfectos color naranja, aspirar de él como si estuviera aspirando de mi alma, y probar su sabor como si en el humo del tabaco fuera mi sabor. Seguía fantaseando... A pesar de mantener la conversación, mi mente formaba otras imágenes y mandaba ideas distintas a mi cerebro. Dio una segunda bocanada:

–Voy a conocer tus secretos.

–Yo te los puedo contar...

¿Qué estaba haciendo? No sé por qué esa frase tuvo que salir de mi boca, pero segundos después lo agradecí.

–Prefiero descubrirlos... Así como tus pensamientos.

Su mano se volvió a posar en la mía para dejar entre mis dedos el resto del puro ya contaminado con su sabor. Su sonrisa aún no se desdibujaba y sus ojos me seguían desnudando por dentro, mientras los míos la desnudaban por fuera. Algo había en ella que me hizo formar toda una historia en mi mente y querer saber si en la suya sucedía lo mismo.

–¿Qué te atrae más de mis pensamientos?

–Todo... Siempre me intriga saber qué están pensando las demás personas mientras me miran.

–Eres vanidosa.

–No más que cualquier mujer.

Llevé el puro a mi boca, fue como si mis labios tocaran los de ella; aún estaba húmedo por su saliva e impregnado de su labial. No me importó manchar los míos con ese color, necesitaba probarlo, que mi lengua y mi boca aspiraran la esencia que ella había dejado en él con ese propósito.

–Ahora yo voy a conocer tus secretos.

–No tengo secretos.

Pero yo no podía seguir escondiendo ese deseo oculto que me provocaba, aunque no dijera nada, sus ojos, manos y cuerpo hablaban por su boca, me decían que me acercara, que diera el paso definitivo, que hiciera que esa noche aburrida y solitaria cambiara de rumbo de una vez por todas. La fiesta estaba a muchos pasos de distancia y nadie notaría nuestra ausencia, nadie más iba a dejar a su pareja en el salón para salir al corredor. El espacio era nuestro, podíamos perfectamente recorrernos unos cuantos pasos y ocultarnos detrás de uno de los macetones para dar rienda suelta a nuestro deseo... o más bien a mi deseo. 

Intenté borrar las imágenes de mi mente mirando la ciudad, cuando sentí sus manos recorrer mi espalda y su respiración en mi cuello. Reaccioné como cualquier ser humano, volteando abruptamente para toparme con su rostro a escasos centímetros del mío. Sus ojos me seguían desnudando y mis manos ya se habían posado sobre su cintura, sintiendo cómo el calor de mi piel la podía quemar. Uno de sus dedos recorrió mis mejillas, casi sonrojadas, y sus labios se posaron en los míos. El naranja se perdió con el carmín y su lengua se confundió con la mía. Fue un instante, sólo un instante en el que me entregó todo lo que yo había estado soñando con ese pequeño, pero candente beso.

–Odio este tipo de reuniones –me dijo al oído–, pero a partir de hoy, creo que empiezo a tomarles el gusto.

–¿Por qué?

–Porque te conocí. Jamás me había encontrado con una mujer tan interesante.

           

Y así como llegó, regresó al salón.





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