La Consulta


La Consulta

Las puertas del elevador se abrieron en el octavo piso descubriendo una placa que señalaba los cuatro consultorios: Ginecología y Obstetricia, Cirugía Estética y Reconstructiva, Oncología y por último Gastroenterología. Con dichas especialidades no era extraño que el piso entero estuviera inundado de mujeres. Tal parecía que la torre no sólo era de especialidades, sino también de géneros, pues dos niveles arriba se encontraban Urología y Proctología. 


Caminé hacia la derecha, donde señalaban el consultorio al que me dirigía; me reporté con la recepcionista, tomé una revista y decidí perderme en una lectura frívola y ligera mientras llegaba mi turno. Después de todo no me interesaba ver a ninguna de las demás pacientes que seguramente iban a lo mismo que yo: buscando una solución a sus imperfecciones. 


La recepcionista dijo mi nombre, en esta ocasión no fue necesario desviar la mirada, mi cita era la última del día así que caminé con más seguridad y confianza que cuando entré a la sala de espera. La oficina estaba al final de un pasillo de cinco; la más amplia según pude darme cuenta en mi trayecto. 


¬–En un momento viene el Doctor con usted. 

Cerró la puerta y me quedé unos instantes sola, curioseando los diplomas que adornaban las paredes. En verdad aquel médico que me recomendaron era toda una eminencia en el ramo, pero jamás imaginé que fuese tan atractivo y joven. Justo estaba observando la foto de su título profesional cuando entró por una puerta lateral y mi mirada en lugar de permanecer a la altura de sus ojos se desvió por unos instantes a su bragueta y la contra parte cuando dio la vuelta al escritorio. 

 –Déborah,  ¿verdad?

 –Sí, Déborah Tourné…

 –Muy bien… ¿Qué es lo que no te gusta de ti?

No supe por dónde empezar, ¿cómo se le ocurre hacerle esa pregunta a una mujer? Por definición las mujeres nunca estamos conformes con nuestro cuerpo, no nos gusta nada de lo que tenemos.

 –¿Se lo digo por orden alfabético o de aparición? –sí, fue un chiste estúpido, pero no se me ocurrió nada más qué decir. Sin embargo surtió efecto, el doctor se río levemente. 

 –No puede ser tan malo… Al menos a mí no me lo parece. 

 –Bueno sí… Creo que tiene razón.

 –Entonces, dime… ¿Qué es lo que quieres que mejoremos?

 –Ay, Doc, qué lindo es, en serio. 

 –No, no es cortesía, es la verdad… Hay mujeres a las que sí, hay que re hacerlas o re inventarlas, pero en tu caso pues… lo único que se puede hacer es intentar mejorar lo que hay. 

 –Bueno pues… Quiero operarme el busto y el abdomen.

 –¿Quieres un aumento? –su extrañeza fue nata, pude ver perfectamente su sorpresa y hasta asombro clavando la mirada en mi escote.  

 –No, ¿cómo cree? No, para nada. Estoy muy contenta con su tamaño. Lo que quiero es que… me lo deje en su lugar. 

 –¡Ah! Okey… –su alivio también fue honesto – ¿Y el abdomen?

 –Pues quiero hacerme una lipectomía.

 –Bueno, para eso primero tengo que valorar si en verdad es necesaria o no… Por favor, pasa a la sala de al lado y desnúdate. Sobre la camilla hay una bata, te la colocas con la abertura hacia el frente.


Sonreí y entré a la sala de exploración. Mientras me quitaba la ropa comprendí porque el juego del “Doctor” durante la preadolescencia es tan socorrido. Incluso llegué a desear que me estuviera espiando en ese momento pero la puerta estaba perfectamente cerrada, ¿por qué no la dejé entre abierta? ¿Cómo no se me ocurrió antes? Pero bueno, después de todo me iba a ver desnuda en unos momentos más. 


Y como si en verdad me hubiera espiado, entró justo cuando terminé con mi cambio de atuendo. Me pidió que me sentara en la camilla y jaló un banquillo para sentarse de frente a mí. Desde ese momento sentí como la excitación invadía mi cuerpo, mi respiración se agitaba lentamente, y mi corazón latía a mil. 


Sus manos descubrieron mis senos dejando caer la bata por los costados sobre mis brazos. Mis senos caían naturales y mis pezones, erectos, estaban a la altura de su boca. Cerré los ojos un segundo imaginando que su lengua empezaría a jugar con ellos, pero en su lugar sentí sus manos levantándolos sólo un poco. 

–Yo no considero que sea necesario colocarte un ancla, ¿estás segura?

–¿De veras?

Y mientras seguía la conversación, sus manos seguían sosteniendo mis senos y sus dedos pulgares rozando mis pezones completamente erguidos.

 –Sí… La caída que tienen es muy natural, no están vencidos ni estriados. Claro, por el tamaño, en algunos años sí pudieran llegar a caer más, pero de momento no creo que sea tan necesario. –Lo miré a los ojos, pero me di cuenta que ellos estaban mirando mis senos y su lengua instintivamente se paseaba sobre sus labios carnosos y deseables. –¿O te sientes incómoda tú?

 –No… No es eso, más bien siento que muchas veces el brassiere no le da la forma ni el soporte suficiente. Porque de pronto me veo y los pezones están muy abajo, por eso creí que igual, levantándomelo, eso podía cambiar.

Sus manos cubrieron mis senos por completo, como si las palmas fueran las copas del brassiere haciéndome cerrar los ojos y apretar los labios para no gemir. 

 –Si me permites la observación, con todo respeto, me parece que tienes unos senos hermosos. Yo no les haría nada, quirúrgicamente, por supuesto. –Por fin nuestras miradas coincidieron y pude ver el rubor en sus mejillas al decir aquella última frase. De inmediato los soltó y alejó un poco el banquillo. Su bata estaba abierta, y nuevamente mis ojos se posaron en medio de sus piernas, donde pude ver claramente que debajo de la bragueta se dibujaba la silueta de una erección pronunciada y abundante. 

 

 Aquello era un verdadero martirio, yo desnuda frente a un hombre viril, guapo, inteligente y con una erección que me hacía desearlo por completo, pero sin poder hacer nada al respecto. 


 En realidad no sé si me descubrió o no, pero de inmediato se puso de pie e intentó encubrir su excitación con la bata. Me dio la espalda un momento y me pidió que me recostara en la camilla para revisar mi abdomen. Así lo hice… 

 Sus manos volvieron a tocar mi piel que se erizaba lentamente con cada movimiento suyo.

 –Estoy algo frío, ¿verdad?

 –No… No se preocupe… Así me pongo siempre que alguien me toca. Soy… muy sensible. 

No quise ni verlo, no podía verlo, cerré los ojos y decidí disfrutar de sus manos aunque fuera de aquella manera. 

 –Pues sí, si hay cierta flacidez, hay exceso de piel también… ¿Tienes hijos?

 –No.

 –¿Piensas tenerlos? –no supe qué contestar –Lo pregunto porque con una lipectomía se restira todo lo que es el abdomen y si llega a haber un embarazo la piel seguramente se va a estriar. 

 –Ah no… Al menos no está en mis planes. 

Y sus manos seguían recorriendo mi abdomen hasta llegar al pubis inundándome de pequeños shocks eléctricos que generaban más humedad entre mis muslos. 

 –La abertura que se hace para esta cirugía es como una cesárea, a la altura del pubis para que se pueda ocultar perfectamente… Y en el caso de los senos –sus manos regresaron a ellos para tocar las partes que iba mencionando –se puede hacer una incisión en lo que es la aureola del pezón para desprenderlo y por ahí colocar el ancla, o bien en la axila justo en el nacimiento del seno.

 –¿Y si lo hace en el pezón, eso me quita sensibilidad?

Me volvió a mirar a los ojos pero en esta ocasión sus dedos acariciaban el contorno de mis pezones.

 –¿Son muy sensibles…?

 –Mucho… Demasiado… Puedo alcanzar un orgasmo con sólo acariciarlos… 

Su sonrisa me lo dijo todo, detrás de ella podía ver su deseo de comprobar mis palabras, como el lobo de las caricaturas que saliva con sólo ver a su presa. 

 –¿Sabes que sólo un pequeño porcentaje de mujeres tienen ese don? Porque es un don muy especial.

 –No… no lo sabía… –sus dedos seguían jugueteando sobre ellos y mis palabras cada vez se entrecortaban más. 

 –Con esto que me acabas de decir definitivamente no te recomiendo que los toques… ¿Ves como sí son perfectos? –y su mirada se posó en ellos, en sus dedos estimulándolos al recorrer la periferia. 


Volví a apretar mis labios y a cerrar los ojos, pero en esta ocasión otra parte de mi cuerpo actuó también por instinto: mi mano había empezado a rozar la superficie de su bragueta sintiendo su pene duro e hinchado que ya no podía ocultarse más. El dorso de mi mano subía y bajaba por todo lo largo mientras sus dedos índice y pulgar empezaban a frotar lentamente mis pezones. Con el primer pinchazo dejé escapar el primer gemido y la primera contracción de mi vientre, no podía más, necesitaba que siguiera estimulándome, que siguiera gozando de mi cuerpo, que siguiera deleitándome y deleitándose de aquella manera. Mi mano cambió de posición y ahora eran mis dedos los que lo acariciaban e intentaban sacarlo de su guarida. Su otra mano bajó por mi vientre hasta mi pubis y con la misma sutileza que había usado durante su exploración ahora intentaba separar mis labios para comprobar mi humedad. Con el primer roce volví a gemir y sus dedos se introdujeron en el centro de mi labia llenándose de miel. 


Mis labios también se llenaron de su saliva con el primer beso mientras mis manos se deshacían de su cinturón y bajaban la bragueta para sentir su pene completo en ellas. Su boca bajó al destino que desde un principio quería probar, su lengua seguía el contorno de mis pezones mientras sus dedos se adentraban en mi vagina. Sus labios se contrajeron en mis senos mientras mis labios se contraían apresando sus dedos. 


La tortura se convirtió en placer, un placer inesperado y frenético que me llevó a sentarme a la orilla de la camilla colocando mis piernas alrededor de su cadera dejando que me penetrara una y otra vez, mientras sus manos y su boca seguían prendidos de mis senos y entre besos y succiones me decía “Son perfectos… perfectos… deliciosos…” Y yo me escuché diciendo “Son tuyos… sólo tuyos…”





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