Envolviendo sus sueños


Envolviendo sus sueños

No sé qué hora es... Perdí la noción del tiempo poco después que tu dedos empezaron a jugar sobre mis piernas. Tampoco sé qué me despertó, si el crujir de la leña en la chimenea o el frío de tu espacio vacío bajo el cobertor de plumas. No quiero moverme, prefiero conservar la posición que tiene mi cuerpo tumbado boca abajo sobre el piso e intentar recordar el orden de tus besos y caricias, recordar tus últimas palabras antes de que suspendieras las mías con tus labios.

De no ser porque mi cuerpo desnudo puede sentir las leves uniones de la madera, pensaría que todo fue un sueño, un dulce, apasionado y erotizante sueño del que no quiero despertar. 

Primero tu mirada, observándome fijamente y tratando de ocultarse a ratos cuando mis ojos te hablaban de mi deseo. Después tus palabras, tus labios que se movían bajo el entorno de tu bigote y que decía cosas completamente distintas a las que tu mente hilvanaba. Esos labios, que parecían aproximarse, pero al mismo tiempo retrocedían buscando el momento justo para abrirse y no cerrarse hasta capturar los míos dentro de ellos, fueron los que me hicieron rendirme. 

Tus manos, al principio casi atadas a tus piernas, iniciaron el acercamiento dibujando ejemplos en mis muslos, buscando detalles para acercarlas a mi rostro, y un silencioso pretexto para tomar mis manos y observarlas sin atreverte a más. Ese contacto, ese calor, ese sutil y decisivo movimiento me hizo ceder por completo, me confirmó todo lo que tu cuerpo, inconscientemente, me había estado revelando durante horas.

Una vez que tus manos y tus labios se desinhibieron, mi cuerpo empezó a responder a sus instintos, a tus impulsos, a sus deseos, a tus caricias, a todas las excusas que mi libido buscaba para hacerse presente al percibir el tuyo desde el momento en que cruzamos la puerta. 

El tiempo me sigue pareciendo infinito; recuerdo cuando empezaste a besarme, cuando tus manos empezaron a recorrer mi cuerpo buscando donde anidar, cuando tu lengua recorría el interior de mi boca mientras tus dedos buscaban el interior de mis labios. Cierro los ojos y puedo sentir nuevamente la calidez de tu boca sobre mi espalda desnuda, la presión de tu cuerpo sobre el mío, la rigidez de tu pene frotándose sobre mis nalgas, tu respiración combinada con tus besos y mis gemidos, tu sudor que recorre tu piel y se mezcla con el mío, la necesidad de tus manos por tocarme, la necesidad de mi cuerpo por tenerte. 

Delicadamente y con un susurro, me pides que te deje entrar, que permita a tu virilidad deslizarse en medio de mis piernas. En medio de mi sueño y mis recuerdos, giro en el piso para sentir nuevamente tu aliento cálido y arrítmico inundando mi rostro, mi cabello, mi pecho, mis senos, mis labios.

Por encima de la colchoneta puedo tocar tus músculos aún rígidos, aún inflamados, queriendo hinchar los míos. Mis manos te acarician y mis dedos entretejen tus cabellos jalándote hacia mí, la sutileza de tus movimientos se torna en una embestida, en un deseo febril por poseerme de principio a fin, sin saber cuál será el fin de este principio; por adentrarme, por exprimirte dentro de mí  y dejar tu esencia de hombre depositada en mi humedad mientras mi esencia femenina te baña y anega tu reciedumbre.

Los recuerdos se siguen agolpando en mi memoria, cada caricia, cada beso, cada mordida, cada impulso de tu cadera sobre la mía me remonta a la noche anterior, deseando que el tiempo se congele para hacerte anidar dentro de mí. 

No sé qué te despertó, si el crujir de la leña en la chimenea o el frío de mi espacio bajo el cobertor de plumas. Te podría observar durante todo el día, contemplarte durmiendo tendido en el suelo de madera, buscando el calor de mi cuerpo al lado del tuyo. Dibujar cada uno de tus rasgos en mi memoria y plasmarlos en un deseo y un recuerdo que dure por toda la vida. 




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