De camino


De camino


—Hola Bonita…

—¿Sergio…?

—¿Dónde estás?

—Eh… En el segundo piso

—Vas a Cuerna, ¿verdad?

—¿Cómo sabes?

—Lo publicaste hacer rato…

—Ah claro… Chismoso Facebook. 

—¿Y por qué parte del segundo piso vas? — ¿por qué tantas preguntas?

—Eh… Por la salida a Luis Cabrera

—¿Qué choche traes?

—Un jetta blanco, ¿por qué, eh?

—¿Con placas de Morelos?— What????

—¿Cómo sabes…?

—Porque voy detrás de ti… 

—Hay muchos carros atrás de mí… ¿Cuál es tu coche?— Y por el retrovisor vi el cambio de luces que hiciste desde tu camioneta

—Una Patriot, ¿ya me viste? Ese soy yo…

—Ya… Ya te vi —una sonrisa apareció en mis labios.

—¿Sabes…? Yo también voy a Cuerna, y se me está ocurriendo algo que puede ser muy rico y divertido…

—¿Ah si…? ¿Y se puede saber qué?

—Pues, podemos ponernos ecológicos e irnos en un solo carro… Y aprovechar para irnos cachondeando muy rico en el camino… ¿Te gustaría?

—Claro que me gustaría, pero ¿no es medio peligroso?

—Depende… ¿Te urge llegar a Cuernavaca?

—Pues… Mientras esté allá a la 1:30 a más tardar, no tengo bronca. 

—Entonces no hay más que hablar… Vete hasta la última salida y te metes en el estacionamiento de la Peugout. 

—Oye, no pérame… ¿y qué vamos a hacer con el otro coche? ¿Dónde lo vamos a dejar?

—Tú déjalo en mis manos… 

—Es en tus manos donde me gustaría estar en este momento… 

—Muy pronto lo estarás… Bye bonita, te veo en unos minutos. 


Desde el momento en que apareció tu nombre en la pantalla de mi teléfono, todo mi cuerpo empezó a reaccionar; ese cosquilleo tan característico que por lo general anuncia la precencia del lubricante natural entre mi labios vaginales, surgió de inmediato en cuanto escuché la primera frase que emitiste. Me parece increíble que sin ningún otro estímulo me puedas excitar de esa manera. 


En lo poco que quedaba del trayecto hasta el punto en que nos íbamos a encontrar, tuve que apretar mis muslos para ver si así impedía que mis labios siguieran escurriendo, pero fue inútil. El saber que en pocos instantes por fin nos íbamos a ver de frente, generó más ansiedad y nerviosismo. Las clásicas mariposas que sólo se sienten en el estómago, estaban revoloteando desde las uñas entintadas de rojo de mis pies, hasta la última punta de mi cabello. Quise encender un cigarro para calmarme, pero me contuve ¿Cómo voy a fumar…? ¿Y si no él no fuma… si no le gusta el olor del cigarro? Ni modo que la primera vez que me bese le sepa a cigarro… Cualquier opción era mejor que la primera, así que le di un trago a mi café, y saqué una pastilla de cereza de mi bolso. 


—Ya llegué, bonita… —tu voz no sólo me sacó de mis pensamientos, también me sobresaltó, y ninguno de los dos pudimos evitar reírnos después del brico que pegué dentro de mi coche ¬—Discúlpame, no te quise espantar. 

—No, no te preocupes… 

Por fin nuestros ojos se encontraron, podíamos observarnos y recorrer nuestros cuerpos con la mirada por primera vez. 

—Si no hubiera tanta gente, en este mismo momento metería mi mano por ese escote, para tocar esas tetas que se ven tan deliciosas con esa blusa…  

—Sí… Creo que hay mucha gente viéndonos… —otro silencio en el que pude darme cuenta que tus ojos estaban clavados en el objeto de tu deseo. 

—¿No te vas a bajar? —y tu mano se metió por la ventanilla para botar el seguro de la puerta. No sé si fue consciente o inconscientemente, pero con ese movimiento rozaste mi pierna y una descarga eléctrica recorrió toda mi piel… Si me hace sentir esto con un roce, ¿qué me espera cuando sus manos me toquen por completo? 


—Mmmm…. Qué rico hueles… — cuando me di cuenta, ya estaba parada frente a ti, y tu nariz se empezaba a perder entre mi cabello por el borde de mi oído intentando llegar hasta mi cuello. La sinergia de tu movimiento llevó mi rostro hasta el hueco que se forma entre tu cuello y tu hombro donde deposité mi primer beso. Tu reacción fue inmediata, tus manos se afianzaron a mi espalda empujándome hacia tu pecho en un abrazo lleno de ansiedad y deseo. 

—Mmmm —y tu primer beso se plantó en mi cuello haciendome estremecer. 

—Mmmm… 

Mis manos recorrieron tu pecho intentando separarme levemente, pero mis dedos medios, traviesos como son, no perdieron oportunidad para frotar levemente tus tetillas. 

—¡Me vas a matar! — mis labios se apretaron mirándote con cara de “yo no fui”

—Perdón… Pensé que te iba a gustar.

—Claro que me gusta… Por eso siento que me matas… 

El beso era inevitable, imperioso, nuestros labios lo deseaban más que nuestras mentes…

—Ya llegué señor —la voz de tu empleado rompió el momento antes de consumarse. Te separaste de mí como suelta un ladrón el objeto de su deseo antes de ser atrapado, y yo, como adolescente que acaba de ser descubierta en pleno faje, desvié la mirada y opté por esconderme dentro de mi coche. 


Mientras tomaba mi computadora y mi bolsa, alcanzaba a escuchar tu voz y la de tu empleado sin distiguir exactamente lo que estaban hablando. Hasta ese momento me percaté que mis caderas estaban empinadas y direccionadas a tu bragueta, como invitándote a embestirme sin compasión. 

—Denisse, préstame las llaves de tu coche. 

Salí de mi escondite, obedeciendo tu petición. 

¬—Por favor, llévate el coche de la señora…

—Señorita… Nunca me he casado. —no pudiste evitar sonreir. 

—Está bien, el coche de la señorita y lo dejas en la oficina, y las llaves en mi escritorio. 

—Sí señor. 

—¿Nos vamos…?

—Sí… —y tu mano me marcó el camino hacia tu coche. 

En cada paso que daba, podía sentir perfectamente lo húmeda que estaba, era como su mis muslos patinaran entre sí, y el sentir tu mano sobre mi espanda, guíandome sutilmente incrementó mi necesidad de sentirte dentro. 


No sé si fueron 10, 15 o 20 segundos los que estuve sola, sentada en tu auto mientras tú dabas la vuelta para ocupar el lugar del conductor; tampoco sé si fueron los más cortos o largos de mi vida, pero sí lo más ansiosos.  ¿Qué vamos a hacer? Bueno, sí, claro que sé qué vamos a hacer… Pero ¿o sea, cómo…? ¿Qué hago…? ¿Me espero a que él de el primer paso, lo hago yo?  Y mi voz interior por fin surgió para darme paz “Déjate fluír…” me dijo, ¿Déjate fluír? Si así no deja de haber fluído entre mis piernas, me dejo fluír y me voy a inundar…

—¿Ya lista?

Volteé y ya estabas sentado abrochándote el cinturón de seguridad. 

—Sip. —te imité… 

—¿Estás bien…? Te veo nerviosa… 

—Sí, sí mucho… Es que no sé… Digo sé lo que va a pasar, o más bien, sé cómo va a terminar todo esto, pero… 

—No bonita… No creo que sepas cómo va a terminar… —y la perversidad apareció en tus ojos al mismo tiempo que escuché como los seguros bloqueaban las puertas. El terror me inundó… ¿Qué estás haciendo Pfeiffer? Si te das cuenta que vas a salir a carretera, en el coche de un perfecto desconocido… Porque no lo conoces, o sea, no sabes absolutamente nada de él.  

—¿Todo está bien? ¿Te pasa algo? —y a tu mirada regresó el Sergio he visto en todas las fotos, ese que de alguna extraña manera me hace confiar en él, y hacerlo cómplice de mis fantasías. Con él también regresó mi alma a mi cuerpo, mientras tu mano acariciaba mi pierna. 

—Sí… Son los nervios. 

—Yo también estoy nervioso… A lo mejor no se me nota, pero te juro que sí lo estoy.

—Es normal, creo yo… 

—¿Y cómo estás…?

—¿En serio lo quieres saber?


 

—¿Ganas de volver el estómago?

—No se me ocurrió otra cosa…

Tuviste que arrancar, pero nuestras risas no paraban.

—¡Ahhhh! ¡Qué frustración! Me siento como adolescente escondiéndome de mis papás.

—¿Y si hacemos eso bonita?

—¿Qué cosa?

—¿Si nos salimos de la carretera, y nos escondemos entre los árboles…?

—Pues… No sé… ¿Crees que sea seguro?

—No lo sé… Pero si seguimos así no vamos a llegar a ningún lado.

—Yo sí sé a dónde quiero llegar… —zafé tu cinturón del asiento, y sin importarme nada más empecé a bajar tus pantalones, estando tú aún sentado.

—¿Qué haces?

—Lo que seguramente estabas esperando que hiciera, desde que me hiciste esta propuesta, ¿o no?

—¿Te digo algo? No pensé que te aventaras a hacerlo. —mientras hablábamos te levantaste del asiento para que yo pudiera bajar ambas pretinas de tu ropa hasta tus rodillas, quedando tu cadera completamente al descubierto.

—Sí lo voy a hacer, pero me vas a prometer que no vas a cerrar los ojos, y que en serio te vas a ir súper despacito…

—Te lo prometo…

Así, de alguna manera que todavía no me puedo explicar pude acomodar mi rostro entre tus piernas. Por fin tenía frente a mí, a unos centímetros de mis labios ese bocado tan exquisito que desde hacía varios días anhelaba probar. No sabía qué hacer primero, si tocarlo, admirarlo o meterlo de lleno en mi boca; en eso sentí tu mano recorriendo mis nalgas, metiéndose en mi ropa para tocarlas, acariciarlas y tal vez llegar hasta mi punto más húmedo. Mi boca se abrió por completo y en un solo impulso logre introducir la mitad de tu pene… Empecé a salivar, me volví a mojar,  mis mejillas succionaban por dentro sintiendo las palpitaciones de tu miembro, mis pezones se endurecieron con el roce de tus muslos. La fricción de tus dedos sobre mis labios y mis nalgas me hicieron comprender que estabas igual o más excitado que yo, que compartíamos esa misma sensación de agonía y desesperación, que ambos estábamos a punto de llegar al clímax pero resistíamos lo más que podíamos para no hacerlo de inmediato.

 

El ritmo de mis labios cambió, quería disfrutarte y que lo disfrutaras, que esa primera vez, esa primera ocasión fuera eterna… Saqué tu pene de mi boca para lamerlo, palparlo, para jugar con tu glande y darle pequeños chupetones apenas rozándolo con mis labios. Sé que entendiste el mensaje, porque tu mano había regresado a mis nalgas, acariciándolas y recorriéndolas lentamente. Sólo escuchaba tus gemidos, tus suspiros, tu respiración intentando controlarse… y de pronto el auto se detuvo. Yo también lo hice. No sé por dónde te metiste, ni cómo lo hiciste pero estábamos rodeados de árboles, sin otra cosa a nuestro alrededor más que la naturaleza.

—Ya no puedo… Ya no puedo… —diciendo esto me regresaste a mi asiento y te subiste los pantalones.

—¿Qué pasó…? ¿No te gustó? —no puedo negarlo, la angustia me inundó… ¿Qué onda…? ¿Qué le pasa…? ¿Qué me va a hacer…? ¡Soy una estúpida! Sólo a mí se me ocurre venirme con un tipo que no conozco, confiar en él y en todo lo que me dijo…

—Pásate para atrás… —Tú ya estabas afuera de la camioneta, abriendo la puerta trasera, y yo te miraba todavía sin comprender. —Por favor bonita, ya no puedo más… Necesito cogerte, necesito sentirte completa. —la sonrisa volvió a mi rostro.

 

No había terminado de pasarme al asiento trasero cuando tus manos jalaron mi torso y mi blusa salió volando hacia no sé dónde. Tus pantalones estaban en el piso, y tu camisa a medio abrir. Sin pensarlo dos veces, también me deshice de mis pantalones, y pude montarme en tus piernas como tantas veces lo habíamos soñado. Lentamente fui bajando sintiendo tu pene resvalar en mi interior, llenándome por completo, mientras tus labios se acercaban a mis senos… tus manos los tomaron y tu boca por fin se unió a uno de ellos. Con el mismo ritmo que yo me movía sobre ti, tus labios mamaban de mis tetas, mi miel escurría por tus pubis hasta llegar a tus testículos, y tus dientes mordisqueaban mis pezones haciéndome gemir, gritar, pedirte que siguieras, que los disfrutaras, que gozaras mis tetas tanto como yo estaba gozando de tu verga dentro de mí… Una de tus manos empezó a nalguearme, a darme pequeñas palmadas que incrementaban mi excitación, no quería venirme, pero ya era inevitable, yo subía y bajaba por tu mástil, sintiendo tu virilidad también a punto de estallar.

—Vente bonita… Vente… Quiero sentirte… — mis gemidos se ahogaron en tu boca… Con esa misma intensidad de aquel primer beso, mi boca se fundió en la tuya intentando ahogar el grito de mi orgasmo. Mi pelvis se movía cada vez más rápido, más fuerte, más intensa, mis nalgas golpeaban tus muslos y mis tetas danzaban frente a tu rostro… El impulso de esa última corriente eléctrica me hizo arquear la espalda y dar un grito que casi te ensordese, tus manos se afianzaron a mis caderas para ayudarme a continuar con el ritmo que te llevó también al éxtasis, escuchando por primera vez tu gemido de placer. Sentí tu leche caliente chocar contra mis entrañas, y mezclarse con mi miel…

 

Mi pecho cayó rendido sobre el tuyo, y tus manos acariciaban mi espalda… podía sentir tus labios besando mis pecas casi de manera casi imperceptible…

—Ahora sí… ¿me podrías contar algo que me ayude a conocerte?




Share by: