Horas Extra


Horas Extras

11:30 de la noche. En la penumbra del edificio tú sigues trabajando, el reporte trimestral del área que tienes a cargo no termina de cuadrar, tú y tu secretaria llevan una semana trabajando horas extras intentando descubrir dónde está el error. Entre números, cifras y porcentajes tu mente se está saturando. Necesitas un descanso, tomarte diez o quince minutos antes de continuar. 

 Dejas los papeles sobre el escritorio, avientas la pluma y te reclinas en el sillón, intentando estirarte. Un sobre que parpadea en la pantalla de tu computadora te avisa que una más de mis historias llegó justo en el momento indicado para relajarte. 

 Con dos movimientos del ratón, el documento se abre y empiezas a seguir la narración; la sonrisa con la que iniciaste tu lectura se torna en una mueca de deseo, puedes verme a través de tu imaginación sobre la pantalla, desnudándome para ti, descubriendo mi cuerpo lentamente, cubierto por una bata verde de satín que acaricia mi dermis y la provoca casi tanto como tus besos. 

 Inicias el segundo párrafo de la historia y tu mano derecha empieza a bajar tu bragueta. No lo puedes evitar. Con las imágenes plasmadas en mis palabras y la vivencia que tu mente adhiere a ellas, tu cuerpo empieza a reaccionar, yo lo he vivido a tu lado, en innumerables ocasiones he visto cómo mis pensamientos llevados al papel te han provocado erecciones, y esta no es la excepción. 

 Y también esta vez eres observado... Estás tan absorto con la lectura y tu autosatisfacción que no percibes la presencia de tu secretaria en el quicio de la puerta. Por debajo del cristal, que hace las veces de escritorio sostenido en dos pedestales de cantera, ella ve tu mano perdiéndose entre tus muslos y desapareciendo en la abertura de tu bragueta. La escena le parece excitante, siempre se lo has parecido, y el mirarte así mirando la pantalla y masturbándote sin ninguna cautela la hacen perder el pudor que siempre ha guardado en tu presencia. 

 Ella sabe que sólo hay una persona que puede desconectarte de tal manera, capaz de nublar todos tus sentidos y dejarte absorto ante la pantalla o en el teléfono, es una voz y una firma femenina que cuando aparece, tú desapareces ante los ojos de tus empleados, pero no ante los de ella. No ante los de tu secretaria quien en innumerables ocasiones te ha espiado como lo hace en este momento. Se ha escabullido en tu oficina, escondiéndose tras el archivero para verte disfrutar de las lecturas, para escuchar tus gemidos y las palabras sucias que me dices por teléfono cuando decidimos hacerlo de esa manera. 

 Hoy lo ha vuelto a hacer. Ha caminado cautelosa hasta el costado del archivero desde donde te puede observar perfectamente, ve como tus manos han desabrochado el cinturón, han abierto por completo tus pantalones y una de ellas juega libremente con tu pene que permanece firme y rígido bajo el cristal del escritorio. La imagen empieza a excitarla y el recordar que sólo tú y ella están en el edificio, la llevan a actuar, a salir del anonimato y arriesgarse contigo. 

 En cuatro patas se arrastra por el suelo y llega hasta tus pies, mientras tu mano sube y baja a lo largo de tu pene, su lengua intenta tocar las partes liberadas por tus dedos para conocer tu sabor, tu textura, tu olor, tu rigidez. 

 Tú sigues leyendo, te encanta la idea de imaginarme en la misma posición de tu secretaria, intentando alcanzar tu mástil para lamerlo y probarlo, para sentirlo como tantas otras veces dentro de mi boca, para presionarlo con mis labios y acariciarlo con mi lengua. Tu imaginación tiene tal magnitud que, efectivamente, puedes sentir unos labios posarse en la punta, empezando a succionarlo, a comerlo, a deleitarse con el líquido transparente que has comenzado a expulsar. De reojo puedes ver a una mujer hincada a tus pies, pero estás seguro que el cansancio y el deseo que despiertan mis palabras en todo tu cuerpo te están haciendo alucinar; nadie más puede estar postrada ante ti haciendo tan maravillosa labor. 

 Cierras los ojos deseando que la imagen que tienes en la mente se vuelva realidad; tus manos ya no tocan tu pene sin embargo sientes cómo éste sigue siendo estimulado, cómo esa boca lo va engullendo lentamente, lo succiona en cada tramo que avanza, también sientes unas manos que empiezan a recorrer tus muslos, que se afianzan a ellos y tus manos las detienen, les impiden avanzar y tus ojos se topan con los de ella, quien te mira ansiosa, aún con tu pene en la boca. 

 Observas su rostro, ya no es angelical como el que te recibe todas las mañanas, con esa sonrisa de niña, con ese semblante de inocencia que todos habían querido pervertir. Sus ojos verdes se clavan en tu mirada y su negro y largo cabello cubre sus hombros desnudos, llegando hasta el nacimiento de sus senos, que firmes, rozan tu silla y se estrellan contra tus pantalones cada vez que ella se mueve hacia ti. 

 En un impulso, te avientas hacia atrás sin levantarte de la silla para levantarla a ella con tus manos y sentarla en la orilla del cristal, para admirarla ahí frente  a ti con el torso desnudo y su vagina asomando entre la bastilla de su falda, llena de miel natural creada por su cuerpo. Tu mano se escabulle entre sus muslos para hundirse en su humedad, para sentir lo que has provocado y descubrir lo que le puedes provocar. Ella responde echando su cabeza hacia atrás y gimiendo de placer, abre sus piernas de par en par dejándote ver el dulce que tantas veces te has imaginado. Tus dedos pasan una sola vez, recorriendo los jugosos labios de principio a fin, recolectando el néctar que escapa de su interior. 

Sin dejar de mirarla, te los llevas a la boca para probarlo, para saborearlo, para mitigar tu sed y tu antojo por tantos años contenido.

 Ella, con sus pies libres de yugo, jala tu silla por los brazos, te quiere acercar para colocarse sobre tu pelvis y empezar a mecerse sobre ti, contigo dentro, para balancear sus senos menudos y firmes muy cerca de tu rostro, para exprimir tu masculinidad en sus entrañas y cubrirla con su sabor. 

 Tus labios la besan, la recorren, la tocan, la acarician mientras sus manos se recargan en el respaldo de tu silla para tener un punto de apoyo en su movimiento. Arriba, abajo, afuera, adentro, besos, caricias, gemidos, jadeos... Su calor te inunda, te contagia, te llena, sientes una oleada del húmedo calor que cubre tu pene y un espasmo que lo oprime en su interior sin dejar de frotarte, de friccionarte, de acariciarlo hasta que tú también la inundas a ella con una sola emanación de espuma blanca que te hace gritar y retorcerte en tu silla. 

 Ella cae en tus brazos, jadeante, agotada, satisfecha, sonriente, feliz... Tú la miras, agotado, satisfecho, intrigado, feliz... Oprimes su torso desnudo contra tu cuerpo, sintiendo todo el calor que lleva dentro y fuera, sintiendo su corazón disminuir la intensidad de sus latidos, así como tu masculinidad va recuperando su forma y medida original.

 Se abrazan, se besan, se ocultan la mirada... Ella se levanta,  sabe que hasta aquí llegó la fantasía, que el hacerla realidad marca el fin de sus sueños contigo. Toma sus ropas, zapatos, sostén y desaparece en el quicio de la puerta. 

Tú... quieres hacer desaparecer el momento, pero sus pantaletas debajo de tu silla te recuerdan y te recordarán siempre esa noche. 

 



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