¿Podrías continuar...?


¿Podrías continuar...?

Es en una tarde como la de hoy, soleada, tranquila, con ese aire que te sopla en la cara y te hace sentirte vivo... Una clásica tarde de otoño, en la que tú y yo estamos  sentados en el porche de una cabaña contemplando el atardecer, con un vaso de té helado en mis manos, platicando mientras vemos cómo va cayendo el sol.

Conforme el sol se va metiendo, las gotas de mi vaso caen al suelo formando un minúsculo charco entre mis piernas. Tomo el vaso y lo paso por mi rostro, sintiendo cómo el frío del cristal refresca mi rostro y se hiela con el aire que sopla sobre nosotros. Creo que la imagen te hace pensar en otras cosas, por lo que tomas un hielo de mi vaso y con tus dedos empiezas a recorrer mi cuello, mis hombros, mi pecho hasta llegar al nacimiento de mis senos, de donde no te atreves a pasar aún. El frío directo sobre mi piel hace que el resto se erice, y que mis pezones empiecen a brotar con firmeza.

Tomas el hielo después de dejar parte de él en mi piel y lo metes en tu boca, lo saboreas, como queriendo encontrar en él, el sabor que tiene mi cuerpo y que tú provocas con tus miradas. Ahora es mi turno, tomo un hielo con mi boca y me acerco a tu rostro, con él sobre de mis labios acaricio tu rostro, empezando por la frente, bajando lentamente hasta tus mejillas, sintiendo la aspereza del vello a medio crecer sobre ellas; continúo el recorrido sobre tu barbilla, tu lengua espera ansiosa a que mis labios se acerquen para tocarlos, pero huyen hacia el otro lado de tu rostro donde se posan en pequeños y delicados besos fríos, dejando escapar algunas gotas de agua, pues el hielo empieza a derretirse entre nosotros. Dejo escapar un hilo de agua que corre desde tu barbilla hasta el centro de tu pecho, haciéndote estremecer.

Nuestras miradas se encuentran... Sonriendo, te miro y espero un movimiento, un gesto, un algo que me diga que apruebas mis acciones. Y ese algo se convierte en un beso, largo, delicado, suave que va subiendo de intensidad, que va traspasando los límites hasta que tu lengua intenta capturar el frío que dejo el hielo dentro de mi boca.

En cambio, el frío que dejó el vaso en mis manos se ha disuelto, tus caricias y las mías, intentando explorar nuestros cuerpos, han logrado que mis manos adquieran la misma temperatura que el resto de mi piel... A diferencia que con el agua del hielo, mi piel sigue erizada, pero es por tus dedos, por la manera en que recorren mis brazos, por la manera en que descubren mi espalda, por la manera en que desean escabullirse bajo mi ropa, pero tu pudor no los deja.

Por fin, nuestros labios se separan para que nuestras miradas sean las que se unan en un largo y prolongado silencio; ninguno de los dos sabe qué decir, ninguno de los dos quiere romper ese momento, ese instante en que nuestros cuerpos hablan por sí solos sin necesidad de interpretar una sola de sus reacciones. Yo, tomo mi vaso y camino hacia la mesa del porche para sentarme sobre de ella, mirándote, intentando que adivines mis pensamientos, que asientas y vengas hacia mí... Lo haces, no sé si adivinas o intuyes lo que deseo... Tal vez de tanto leer mis historias, saber qué es lo que sigue o intentas ser tú quien ahora la escriba. 


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