La llamada


La llamada

Abriste la puerta de la casa con mucha pesadez, ¿qué fuerza podías tener después del trajín de toda una semana de trabajo? Lo único que querías era llegar hasta el sofá del living y tirarte a ver televisión mientras la orden de Sushi, que pediste desde la oficina, llegaba a la puerta de tu casa. 

 Casi arrastrándote, subiste los pies en uno de los brazos del sofá, descansando tan sólo un par de minutos hasta que el timbre de la puerta sonó. En momentos como ése es cuando extrañas la presencia de alguien más en casa, alguien que se encargue de atender al repartidor mientras tú sigues descansando. Un segundo intento en el timbre te hizo levantar y caminar hasta la puerta, renegando por el tino que tienen para molestarte. Ellos no tienen la culpa, fuiste tú quien ordenó que la cena llegara a las 9:10 para poderla recibir, sin embargo, tu mente no lo recordó y castigaste sin propina a quien te lleva el Sushi.

Volviste a tu lugar favorito, aquel sillón que ha visto pasar tantos cuerpos, en el cual has vivido tantas cosas, el que ha arrullado tantos sueños y fantasías, pero que también ha presenciado tristes, dolorosas y hasta agresivas despedidas. El sillón que te ha acompañado en más de una mudanza y que también ha servido de diván, comedor, escritorio, ropero y confesionario. Esa noche fungió más de dos ocupaciones mientras tú te reclinabas abriendo el paquete de comida y te preparabas para cenar. 

 El televisor, como siempre, hablaba solo en diferentes idiomas, brincando de una imagen a otra al ritmo que tu pulgar lo indicaba. De no haber sido por el timbre del teléfono no hubiera parado de saltar entre frecuencia y frecuencia. 

Sólo te bastó con botar el control remoto y medio estirar el brazo para tomar el auricular y responder a la llamada. La voz... en un principio te pareció familiar, mas cuando te llamó por tu nombre hiciste un gran esfuerzo intentando reconocer su procedencia. La plática se tornó bastante familiar, amigable y hasta interesante como para en ese punto, decirle que no tenías la menor idea de con quién estabas hablando. Su voz te envolvió, te hizo dejar la cena en el suelo, botar tus zapatos y adoptar una postura mucho más cómoda sobre el sofá. 

Tu risa y su risa se conjuntaron en varios momentos, hablaban con tal confianza y sinceridad que pronto, la conversación se desvió a un plano más personal, más íntimo, más sensual. 

Aquella voz que tú no querías dejar de escuchar empezó a cuestionarte por tu vestimenta, por la posición de tu cuerpo, de tus piernas, de tus manos y hasta de tu cabeza. Con una risa nerviosa respondiste a cada una de las preguntas para después devolverlas en el mismo orden, dejando que tu mente formara la imagen tal y como se estaba construyendo en la pantalla del televisor. 

 El juego que habían iniciado no era del todo peligroso, estaban empezando a compartir sus secretos, aquellos que sólo tú y el sillón conocían y que nunca habían revelado a nadie más. 

 Teniendo una pierna estirada sobre el brazo del mueble y flexionada la otra, recordaste uno de tus sueños, aquel que permanecía fresco en tu mente como si lo hubieras vivido en la realidad... Era tan parecido a lo que estabas escuchando y haciendo, como si el sueño hubiese sido una premonición exacta de lo que iba a ocurrir esa noche. En el sueño, también una voz extraña guiaba tus manos para que acariciaran tu cuerpo y lo despojaran de sus ropas lentamente, tus dedos imitaban cada una de las acciones, tocando cada punto mencionado de tu cuerpo semidesnudo, como si quien te hablaba al oído estuviera sobre ti, besándote, despertando tu piel, provocando que el torrente de tu sangre acelerara su velocidad, derramando adrenalina en tus poros. 

 Su voz se convirtió en tu lazarillo, con los ojos cerrados podías sentir no sólo tu mano, sino también otro par recorriéndote de arriba abajo, hinchando de placer tus puntos erógenos, haciendo que temblaras al contacto con ellos, sintiendo tu libido inundar tu mente, tu cuerpo, tu oído, tu boca, tus cinco sentidos... Aquella voz sensual, incitante, empezó a gemir tras seguir tus instrucciones, también escuchaba y obedecía tus deseos, recorría su cuerpo y se detenía donde tus labios querían posarse. 

 Los gemidos aumentaron, parecía que provenían no sólo del auricular del teléfono sino que llenaban toda la habitación, parecían estar tan cerca de ti que abriste los ojos descubriendo en la pantalla del televisor la misma imagen que tu mente estaba creando: dos cuerpos desnudos entregándose, recostados sobre un sofá gimiendo a tu ritmo, tocando las mismas partes del cuerpo que tu deseabas acariciarle a la voz y que la voz acariciaba en ti. Tu mente voló, el ritmo aumentó y con la misma intensidad que la pareja en la pantalla, tú y tu amante estallaron al unísono. 

 Los cuerpos del televisor cayeron flácidos sobre el sillón, tu suspiraste profundamente, dejando a un lado la bocina al tiempo que la comunicación se cortó. Volviste a cerrar los ojos para recuperar el aliento. Un tercer timbrazo en la puerta te hizo reaccionar. Tu cuerpo estaba cubierto con tus ropas, el televisor apagado, el teléfono en su lugar... ¿Qué había pasado? ¿Había sido todo producto de tu imaginación? 

 Alguien en la puerta seguía insistiendo, tenías que atender. Antes de abrir pensaste en preguntar quién te buscaba:

 –Su orden de Sushi.

Abriste de inmediato, y por fin, la voz del teléfono tuvo una imagen ante tus ojos.



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