Voyeur


Voyeur


            Es mi primera noche en este lugar... Es hermoso, me tiene hipnotizada. Cada rincón del departamento lo encuentro bello y acogedor, aunque esté completamente vacío. Ni siquiera me importa que no tenga cortinas. Nuevamente voy a poder caminar desnuda por todas las habitaciones.

            Me encanta salir del baño, aún húmeda de la regadera y caminar hasta mi recámara sin nada que cubra mi piel. Me gusta sentir cómo el aire, que corre de ventana a ventana, seca poco a poco las gotas que quedan sobre mis poros, al igual que la sensación de la crema cuando se mezcla con el exceso de agua en mi dermis. 

            Coincidentalmente todas las ventanas de mi departamento dan al tuyo. Sé que mi llegada ha llamado tú atención. Después de varios meses sin ver o escuchar movimiento alguno en el apartamento de enfrente, ahora ante tus ojos se pasea una mujer que en muy pocas ocasiones lleva ropa puesta, y cuando lo hace no es más que ropa interior. Por el rabillo del ojo vi tu reacción cuando entré. Cuando empecé a colgar mi ropa en el clóset al tiempo que me despojaba de la playera y los jeans, también vi tu sombra siguiéndome desde la recámara hasta la cocina, y tus ojos no se permitían parpadear para no perder un solo detalle de aquel espectáculo. 

Entré a la regadera dispuesta a relajarme, a descansar, a abandonar mi cuerpo debajo del chorro del agua y disfrutar del vapor. Cuando salí, habías apagado las luces. Tal vez querías hacerme creer que ya estabas dormido, pero aún en la penumbra y en la oscuridad me sigues espiando.

 

¡Vaya! Ya rentaron el departamento... ¿Quién será la nueva vecina? Pues no se ve tan mal, y no ha colgado las cortinas... ¡Órale! Se está quitando la ropa... Me va a cachar que la estoy espiando… Mejor me voy a la cocina, no vaya a creer que soy un vouyerista o algo por el estilo.

 

¡Me lleva! ¿qué me está siguiendo, o qué? ¡Chale! Se ve re buena... Qué se me hace que esta vieja es exhibicionista. No, no creo, no tiene cara. Mejor ni la pelo, no vaya a ser una pinche loca que luego me acuse de “acoso sexual”, con eso de que está tan de moda. Mejor me echo una chela, y me pongo a ver el fut.

 

El partido está de hueva, que horror. Se me hace que mejor me voy a jetear... ¿Y mi vecina? Pues las luces están apagadas, igual y también se fue a dormir. Ni modo, ya mañana la conoceré más de cerca.

 

¡Qué pedo! Ya volvió a prender la luz de la recámara... ¡No mames! ¿A ver?

 

Haciéndote creer que confío en que estés dormido entro a la recámara completamente desnuda, pero tu discreción no es la mejor de tus virtudes pues las cortinas de tu recámara se mueven como si algo las estuviera meciendo. Estoy acostumbrada a ser observada por hombres como tú. Antonio lo hacía todo el tiempo, sólo me miraba en silencio.

 

            Mis manos empiezan a recorrer mi cuerpo desnudo, froto mis hombros y mis brazos con una loción que tú quisieras oler en este mismo instante, tu imaginación te hace descubrir esa esencia, te hace percibirla a través de los dos cristales y el hueco que nos separa, se mete por tus fosas nasales mientras penetra mi piel. Mis manos siguen avanzando lentamente, ahora sobre mis senos, redondos, suaves, tersos. Las yemas de mis dedos los tocan con delicadeza, los recorren desde el nacimiento hasta el pliegue que se forma debajo de ellos. Con estas caricias mis pezones empiezan a crecer y mi adrenalina a fluir y a correr por mis venas. Me detengo un momento en ellos para frotarlos, para sentirlos, para tocar la punta firme y dura con la palma de mi mano, que extendida dibuja círculos haciendo que se boten aún más, y que tu lengua y boca los quieran alcanzar.

           

            Las cortinas de tu apartamento vuelven a moverse, ahora de un lado al otro, estoy segura que te arrepientes de haberlas cerrado. Ahora quisieras que estuvieran completamente abiertas para poderme ver en completa nitidez. Yo sigo jugando con mis pezones, excitándome… Ahora es mi dedo índice el que los acaricia, el que recorre el perímetro de sus aureolas siguiendo la forma circular y accidentada, cruzando de un lado a otro, subiendo por la punta y bajando nuevamente hacia la redondez del otro extremo. Me gusta sentir esta excitación mientras observo y superviso con una sonrisa que tú continúas detrás de los cristales.

 

¡Está encuerada! ¡Y se está tocando! No mames... ¡No! No la puedo ver, o sea no. No, no es correcto, pero... bueno, si no quisiera que la viera se voltearía, o apagaría la luz, ¿no? ¡Ve eso! Que bruta, que ricas tetas tiene... ¡No mames, Joaquín ¿qué estás haciendo?! Te van a cachar pendejo, mejor aléjate de la cortina que ya se movió... ¡Ya ves! ¡Te lo dije! Ya se dio cuenta, a ver si no se tapa.


¡Puta! Me cae que esta vieja quiere conmigo, ¡me cae que sí! Ve nada más, se toca tan rico... Que suertudo eres, cabrón. Me cae que si mi casera me sube la renta ¡se la pago! Nada más por esto vale la pena... ¡Ve eso! No, guey, nadie me lo va a creer ¿y si la grabo? No, no, esas son jaladas, pobre chava... ¡No, no mamita, no hagas eso que se me está parando y cabrón!... ¡Uta! Sí que tienes suerte Joaquín, ni lo que pagas en los puteros y nunca te toca primera fila... Esto si es un show privado ¡ve! ¡uy!... ¡Ya volteó! ¡Y está sonriendo! Pinche vieja, bien que sabe lo que está haciendo. La cabrona me está calando, me está calando.

 

            Mis manos se llenan con más loción, ahora esparciéndola sobre mi estómago y vientre, acariciando cada centímetro de mi piel; suben y bajan delicadas igual que tus manos seguramente han empezado a subir y bajar por la rigidez de tu masculinidad.

 

            Mis dedos han llegado a mi cadera, redondas, firmes, suaves. Hasta ahora sólo conoces un ángulo de mi desnudez, y antes de dar media vuelta me aseguro que sigas pegado a la ventana. La técnica es muy sencilla, simplemente paso dos de mis dedos por encima de mi pubis para ver tu reacción por medio de la cortina.

 

No, esta pinche vieja me está torturando... No sé qué pretende, o qué pedo, pero no puede ser. Se está masturbando y me está enseñando cómo lo hace. De seguro ha de trabajar en un table o algo así, porque... ¡Ve nada más! Que ricas nalgas ha de tener, ¿cómo no se voltea? ¿Qué va a hacer? ¡No! ¡No! ¿A poco se va a meter el dedo? No, no creo... ¡uta! Y yo aquí de pendejo jalándomela, se me hace que mejor le toco... Igual y me abre... ¡Ajá, si güey! Corriendo te van a abrir. No seas iluso, Joaquín, esa vieja sólo está jugando. Ya bajó la mano, bájala, bájala más... ¡Cosita! ¡Mamita! De seguro ha de estar empapada, ¿y si me acerco más? Desde aquí no voy a ver bien. Pero se va a dar cuenta, ¡¿y qué?! ¡Que se chingue! Bien que sabe que la estoy viendo.

 

            Con una sonrisa de satisfacción, doy media vuelta para que puedas conocer la tersura de mis nalgas. Intencionalmente me inclino para llenar mis manos de loción. Me detengo en esa posición por más de unos segundos para inmediatamente después pasar cada una de mis manos sobre cada una de mis nalgas, recorriéndolas desde la cintura hasta los muslos, sobando cada una de mis manos extendidas, deteniéndolas en el centro, y apretando cada cachete para que tú puedas sentir la turgencia que tienen. Así, de espaldas, mis manos ahora las frotan en círculos, las suben, las bajan, las cierran, las abren, las palpan, las tocan y tú te sientas y te sigues tocando, soltando un suspiro por cada caricia que me doy y te das.

 

¡Ya se volteo! ¡Mi reina! Si que estás buena, ve qué cachetes... No, no, no... Pinche vieja me voy a venir. Es que imagínate ese culito pegado a mi verga, sobándome con ellos, apretándolos ¡uy! Quédate así, mamita, así, qué rica... Ya no puedo más... O la dejo de ver o de plano... De plano... ¡De plano me la tengo que tirar! Si así se toca, ya me imagino esas manitas en mi cuerpo, han de hacer maravillas... Pero, ¿cómo aguanta tanto? ¿Qué no le dará pena? No, qué pena ni qué madres, si la vieja está feliz, y yo también... ¡Mmm!, sí apriétalas, apriétalas, júntalas, mmm me cae que yo si le llegaba por atrás, con esos cachetes de seguro me deja seco... Puta... una silla, necesito una silla, ya no puedo... Pero si me siento... a ver... Igual y ya no veo... No, sí, bueno no le veo las piernas pero lo demás sí.

 

            Quiero que me veas desde todos los ángulos, que tus ojos se aprendan el lugar exacto de mis lunares, sobre todo el que se oculta a un costado de mi cadera, al lado derecho y que parece dibujar el final o el principio de mi muslo. Así, de perfil, subo una de mis piernas sobre la cama para acariciarla. Tomo el frasco de loción y dejo caer un chorro delgado sobre la piel para hacerla desaparecer con mi tacto, mismo que tú quisieras sentir sobre tus piernas. Tras recorrerla toda, de principio a fin, me volteo y prosigo con la izquierda, siguiendo los mismos pasos y siguiendo tu silueta con mi mirada.

 



Hay una pequeña luz al fondo de tu departamento, de la cual no te has percatado, pero que dibuja tu sombra y tus movimientos, puedo verte recargado en uno de los muebles, de pie, tocándote con más fervor que yo, mirando detenidamente cada uno de mis movimientos y esperando que yo prosiga con otros.


¿Y ahora qué va a hacer? ¿A poco ya terminó? No, ni madres, no me va a dejar con semejante erección, tienes qué seguir... ¡Qué pendejo! No hubiera dado de baja el canal porno... ¡Ah! No ha terminado... ¿Qué pedo? ¿A poco me puede ver? Digo, sino ¿por qué está subiendo las piernas a la cama? Podría agacharse para ponerse la crema, y así de paso ver cómo se le ven sus tetitas así agachadita, como si se pusiera de perrito... Ay, Diosito, esto si que es un regalo del cielo, de veras que sí, ¿y lo hará todos los días? Porque como que hacerlo el primer día que llegas a una casa pues es medio raro, ¿no? Ya acabó con la pierna izquierda ¡No! ¡No! ¡No te vayas a ir! Mejor me paro para verla entera, ¡pinche silla!, está re chaparra. 


 La sesión en mis piernas ha terminado, pero sé que tú esperas algo más, que necesitas ver y sentir esa parte oculta de mi cuerpo que mis manos aún no han alcanzado. Me encantaría ver tu rostro decepcionado en este momento al descubrir que ese punto no lo voy a tocar hoy, tal vez mañana, no sé.


 Dejo la crema sobre el tocador, desenredo la toalla que cubre mi cabello y empiezo a cepillarlo, dejando que las gotas que escurren por las puntas rueden por mi piel, como rodarían tus labios de tenerme frente a ti. Ese frío que recorre mi espalda con las gotas cayendo lentamente, hace que mis pezones se vuelvan a parar, puedo sentir el cosquilleo en medio de mis piernas, el mismo que sientes en medio de las tuya. Hecho mi cabeza para atrás sacudiendo el exceso de agua, y las gotas alcanzan a salpicar la ventana provocándote más. Me acerco al cristal y con una pequeña toalla empiezo a limpiar mancha por mancha. Puedo verte cerca de la ventana, puedo ver tu mano agitarse más rápido entre tus muslos, y tus ojos los puedo imaginar clavados en mi cuerpo. El sólo pensar en tu rostro me hace reír más, me provoca provocarte más. 


¿O sea qué le pasa? ¿Cómo que ya fue todo? Se pasa, no puede hacerme esto, ¡no! Es para mentarle su madre, ¿qué fácil, no? Se encuera, se empieza a masturbar, me hace que yo me la jale y el único pendejo que se queda con dolor de huevos soy yo, ¿por qué? ¡Por pendejo! Por andarla viendo. Quién me manda, si yo ya estaba acostadito y listo para dormirme. Ya sabía que nada más me estaba calando. Si para ella es muy fácil, ¿no? 


¡Chécate eso! Con el agua se le pararon los pezones, ¡uy! ¿Cómo se pondrá con un hielito? Si se ve que es súper caliente, desde que la vi entrar al edificio me lo imaginé... ¿Qué onda? ¿Qué va a hacer? ¿Viene para acá? ¡Si, si! Se está pegando al cristal... ¿Qué hace? ¿Para qué está mojando más esa toalla? ¡No mames! Se la está pasando por el cuerpo... ¡Ya sabía yo! Claro, no se va a quedar así de caliente toda la noche, ni que fuera de palo... Si mamita, tócate, quiero ver hasta donde llegan esos deditos tuyos... Sí, bájalos, más, bájalos, eso, que se metan, sí, sí, sí, ábrelos mamita, ábrelos mmmm ¿a qué sabrán? ¿Los vas a chupar? ¡Nooo! Se los está embarrando en los pezones... ¡Uta! Qué ganas de mamárselos, así sabría de una vez a qué sabe su cosita... Te encanta, ¿verdad? Te encanta tocarte y saber que te estoy viendo, bueno a ver si es cierto...


 Tus cortinas por fin se abrieron, ya no te importa ocultarte, así como a mi tampoco me importa que me observes, al contrario, me encanta que lo hagas, ahora sí puedo ver perfectamente tu silueta, parado detrás del cristal masturbándote mientras mis dedos se deslizan entre mis piernas y mi otra mano sigue acariciando mis pezones, jalando mi cabello húmedo y exprimiéndolo para que el agua caiga sobre ellos. 


 Tu cadera tiene espasmos, igual que tu mano resbalando sobre tu virilidad. Escucho un gemido, grave, largo, contagioso. Sé que es el final de tu acto y con él, la luz de mi escenario se apaga.  






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