Sobre la carretera


Sobre la carretera

Llevaba horas manejando, cansada de tantos kilómetros detrás del volante sin parar. Finalmente encontró un lugar en el camino donde todos los chóferes podían no sólo comer, sino tomar una ducha en los baños públicos así que decidió estacionar su auto justo frente a la entrada, y tomando su bolso entró al lugar. Nunca era su intención que todos los comensales y trabajadores del lugar voltearan a mirarla, pero era difícil no hacerlo cuando ella era la única mujer dentro de la rústica cafetería. Todos la miraron como si con la mirada intentáramos despojarla de sus ropas tan ceñidas.

 

         Yo me encontraba sentado en la barra leyendo el periódico tratando de olvidar la amargura de mi vida. El tercer banco a mi derecha estaba vacío, y ahí fue donde ella decidió sentarse; el mesero le dio la carta, una pequeña hoja enmicada con los paquetes de comidas para después servirle café al hombre que estaba a mi lado, y entre los dos susurraron algunas vulgaridades que por supuesto ella les inspiró. Fue hasta ese momento que separé la mirada del periódico y volteé a verla.

 

         Realmente no era tan hermosa, pero siendo la única mujer en un lugar lleno de camioneros y viajeros por supuesto que se convirtió de inmediato en una reina. Mientras la observaba detenidamente le preguntó al mesero por el baño y no pude resistirme a mirar sus caderas y piernas mientras cruzaba el restaurante y desparecía por la pequeña puerta.

 

         Sí, era un bombón, tal y como el tipo a mi lado la calificó. Esos pantalones ajustados le daban una forma más redonda a sus nalgas, que con el vaivén de su caminado perfectamente me podía hacer pensar en un vaivén frontal más que lateral de tenerla frente a mi, y siendo guiada por mis manos. Ese simple pensamiento me hizo apenarme y traté de regresar a mi lectura.

 

         Los murmullos de los otros hombres junto con sus risas llenaron el lugar, mismos que se acallaron cuando el sonido de sus tacones volvió a escucharse en el salón. Ella cruzó de regreso a su lugar en medio de un silencio excitante y hasta cierto punto terrorífico, sabiendo que todas las miradas se dirigían a ella, a su cuerpo, a su movimiento, al vaivén de sus caderas y senos que se mecían con cada paso que daba. Finalmente al sentarse se sentó nuevamente detrás de la barra nuestras miradas se cruzaron, e intentando ser amable y tratando de ganarse la simpatía de al menos un hombre en medio de aquella manada de lobos hambrientos, me sonrío, y le respondí con un leve guiño.

 

         En cuanto se sentó el mesero se acercó a tomar su orden: una cerveza light fría, un bistec con papas fritas, ensalada y pudín de chocolate. Mientras esperaba paciente su comida, algunos de los chóferes se retiraron, la vista y los sueños eran maravillosos pero era tiempo de regresar a la realidad, gracias a Dios no para mí. A diferencia de los demás comensales yo no tenía un horario que cubrir, y mucho menos hacer una entrega en un tiempo determinado en alguna otra ciudad o estado. Yo, al igual que ella, puedo tomarme el tiempo que se me de la gana para disfrutar de una comida y descansar un poco antes de retomar la carretera. Supongo que desde que me miró se dio cuenta que yo no pertenecía al grupo de hombres que normalmente llenan estos lugares, y seguramente por eso fui al único que le sonrío. Ella, por supuesto que tampoco, los dos nos detuvimos y llegamos a este lugar por mera coincidencia. Mi forma de vestir, de comer y hasta el hecho de estar leyendo el periódico le hicieron descubrir que soy distinto a ellos.

 

         Cuando empezó a comer no pude dejar de notar que cortaba la carne y las hojas de la lechuga en pedazos muy pequeños, de igual forma los tragos que daba a la cerveza eran cortos. Sus manos eran delicadas, suaves incluso al cortar la carne y de inmediato pude imaginarme esas manos pequeñas acariciándome con la misma gracia con que tocaba los cubiertos, pero mi sueño se vio interrumpido por el mesonero que se acercó a preguntarme si quería algo más “Sólo café, por favor”. Quería quedarme ahí hasta que ella se fuera para observar todos y cada uno de sus movimientos. Sus dedos delgados y finos tomaron una papa para introducirla en su boca, haciéndome pensar en lago mucho más ancho y largo que perfectamente podría caber en esa boca carnosa si estuviéramos a solas. Tomó la salsa catsup y vació un poco en la orilla de su plato para después mojar una de las papas en ella; antes de morderla su lengua se asomó para lamer la salsa y mi mente siguió volando al momento preciso en que su lengua bien podría estar lamiendo mi entrepierna, y después de lamer todo el rededor y los costados de mi pene su boca se abriría para meterlo completo y de un solo bocado. Como si esto fuera poco, al final se lamió las puntas de los dedos delicadamente para desaparecer los restos de salsa que habían quedado en ellos.

 

         No me di cuenta cuanto tiempo llevaba mirándome, pero seguramente vio el deseo en mi mirada y de manera coqueta siguió jugando con la comida, mirándome a los ojos e invitándome a seguir soñando, a seguir jugando con su boca que se podía posar en cualquier parte de mi cuerpo para sentir sus labios, sus besos, sus caricias. Era un juego muy extraño e invitante a la vez ente su boca y mi mente que nadie más podía entender.

 

         El mesero le trajo el pudín de chocolate y ella le pidió que se lo pusiera en un recipiente desechable para llevar… con tres órdenes extras y aprovechó el momento también para preguntar por las regaderas. Por supuesto que esto último lo dijo con un tono de voz más elevado con toda la intensión de que yo la escuchara, como si fuera un mensaje público dándome a entender que todavía no se iba a retirar. Tomó el recipiente grande con el pudín y salió del restaurante, de inmediato pedí mi cuenta para pagarla de inmediato y tratar de alcanzarla antes de que entrara a las regaderas. Salí del restaurante volteando para todos lados y la alcancé a ver cuando la puerta del baño de mujeres se estaba cerrando; el lugar estaba solo y ella adentro de un cuarto separado del restaurante, entonces un pensamiento algo riesgoso vino a mi mente. Volví a mirar a mi alrededor, no había nadie más.

 

         Con absoluto silencio entre a los vestidores, estaban vacíos, parecía que no había nadie dentro. Seguí caminando y encontré lo que parecía ser un sendero marcado con su ropa que guiaba hacia las regaderas; mientras miraba el inicio del camino pude escuchar el agua de una de ellas cayendo y mis pies ahora se guiaban por el sonido que encontraron una regadera abierta y vacía. Ella no estaba ahí. Mi instinto me hizo voltear y vi como su piel morena estaba siendo cubierta por una sustancia más oscura que sus manos embarraban sobre la desnudez de su cuerpo. En cuanto me vio, sin decir nada me ofreció el recipiente desechable.

 

         No lo voy a negar, cuando me decidí a tomarlo mis manos estaban temblando, y con ese mismo tremor tres de mis dedos se metieron en el recipiente para llenarlos de pudín y esparcirlos en los tres puntos que ella dejó descubiertos del dulce. Ella me miraba ansiosa esperando a que concluyera la labor y por fin mis dedos empezaron a tocar su seno izquierdo cubriéndolo con aquel chocolate frío que la hizo suspirar. Las yemas de mis dedos recorrieron el camino del exterior al interior, terminando sobre un erguido y duro pezón listo para ser mamado. Uno de mis dedos se detuvo ahí, haciendo círculos pequeños sobre la punta y sintiendo cómo ella empezaba a temblar, parecía como si mi caricia estuviera a punto de derretir el dulce pero en realidad era yo quien quería derretirse dentro de ella. Sentado junto a ella, sobre la misma banca donde estaba acostada, ella vio que algo crecía dentro de mi bragueta y sus manos, manchadas aún por el chocolate empezaron a desabrochar mi pantalón.

 

         Tratando de mantenerme tranquilo, mi mano llena de chocolate avanzó a su otro seno. Su pezón estaba tan duro y erguido como el otro y mi labor ahora la hice al revés, empezando por el centro estimulando el resto de su cuerpo y abriendo el círculo cada vez más hasta que el seno completo quedó oculto por el espeso chocolate. No sé por qué sonreí cuando terminé con mi labor, fue como si el hecho de ver que todo iba bien me relajara… ahora sólo me quedaba un punto más de su cuerpo por cubrir. Mi mirada recorrió su cuerpo para encontrarlo: su monte Venus completamente rasurado. Con los mismos tres dedos empecé a decorarlo por los lados, subiendo y bajando por las ingles, dibujando círculos en la superficie dejando que se humedeciera antes de que el postre frío tocara el interior de su labia; mis dedos empezaron a deslizarse alrededor de la entrada consiguiendo arrancar el primero de sus gemidos, casi rogándome para que le diera la última pero más suave y fuerte de mis caricias. Era mi turno, mi momento para vengarme y hacerla sentir tan ansiosa y excitada como me hizo sentir en el restaurante mientras jugaba con la comida tentándome para desearla. Podía ver sus piernas completamente abiertas invitándome a tocar el más cálido, jugoso y delicioso lugar de la fisonomía femenina… La tentación era enorme, mis labios empezaron a temblar, mis manos aventaron el empaque vacío, estaba desnudo frente a ella, mirando su cuerpo e imaginándome la forma en que le iba a quitar aquella capa dulce a través de mis besos y lamidas, pero por encima de todo aquello quería probar la dulce miel que derramaba de su vagina mezclada con la salsa de chocolate que mis dedos habían colocado…

 

Una de sus manos empezó a acariciar su pezón izquierdo, jugando con él y mi deseo creció tanto como mi erección que ya era completa; en un segundo me dejé llevar y mi boca se hundió en medio de aquellos pétalos empapados para extraer le néctar con la punta de mi legua y recolectarlo en mi boca. Mientras mi cara estaba oculta entre sus piernas, mis manos consiguieron alcanzar aquellos dos puntos erectos y tiesos que la hicieron gemir más fuerte todavía, gritando y moviendo su cadera para hacerla chocar contra mi rostro. Quería vaciarla, lamer hasta la última gota de sus jugos, satisfacer mi deseo, mi lujuria, mi sed, mi pasión, mi boca. Tomé un respiro y pude ver que estaba lista para recibirme. Con una sola embestida mi miembro estuvo completamente cubierto por su aterciopelada vagina, entrando y saliendo de la calidez de una mujer desconocida que despertó mi pasión como ninguna otra. Mientras la cogía, ella se levantó un poco para jalarme y hacerme recostar sobre su cuerpo; mi boca quedó justo sobre sus senos hinchados y cubiertos de chocolate, listos para ser lamidos, besados, succionados, mamados. Sin pensarlo mis labios se apoderaron de uno de ellos, mi lengua empezó a jugar con la dureza de su pezón mientras mi dureza sentía las deliciosas contracciones que su interior imprimía tratando de exprimirme.

 

         En un momento pude ver su rostro lleno de satisfacción y a punto de explotar por el deseo… Entonces una cálida y electrificante sensación corrió por en medio de mis piernas, un largo suspiro hinchó mis pulmones, mis manos se aferraron a aquel cuerpo pegajoso hasta que el frío chocolate de su cuerpo se mezcló con mi leche tibia.

 

         Me levanté de la banca y ella permaneció ahí acostada. El agua de la regadera seguí corriendo y aproveché para quitarme de encima aquella sensación pegajosa pero mi cuerpo, mi piel, mis pensamientos, mi alma y mi mente estaban llenos de aquella novedosa y recién descubierta sensación: el éxtasis que me dio aquella misteriosa mujer que nunca más volví a ver. 




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