Es el mismo lugar de nuestra cita. Como cada noche aquí nos encontramos, aparentemente distanciados, pero sólo tú y yo sabemos que nuestra mente, nuestros cuerpos y nuestro espíritu se conjugan y conectan por más de dos horas en un ritual que para muchos, es demasiado común, pero extraordinario para quienes lo vivimos.
Los dos
hemos ocupado el sitio, colocas tu periódico en un costado mientras mi pluma y
papel se acomodan sobre la mesa. Este es el preámbulo de cada noche, lo que
marca el principio de nuestras acciones.
Con nuestra
bebida clásica de todos los días, tú aflojas tu corbata, desabotonas el cuello
y dos espacios más de tu camisa; yo, me despojo de mi chamarra y tus ojos
despojan mi cuerpo del resto de la ropa.
Puedo ver
claramente la medalla que pende de tu cuello, cómo tus manos nerviosas juegan
con ella durante segundos e imagino que muy pronto será mi rostro el que se
encuentre reposando en ese mismo sitio, y mi cabello será el que recorra ese
espacio mezclándose con tu vello.
Con una sincronía casi perfecta los dos nos inclinamos al frente, el contacto de ese líquido tibio en tus labios y los míos nos arranca el primer suspiro. El primer trago del resto de la noche que nuestras bocas y el resto de nuestros cuerpos compartirán y disfrutarán sin medida alguna.
Todavía puedo saborearlo en mis labios, puedo sentir el placer que provoca y por tu gesto descubro que lo disfrutas al igual que yo. Los dos quisiéramos desbordarnos de inmediato, pero la paciencia es nuestra mejor aliada, lo ha sido todas las noches y lo seguirá siendo. Sin esquivar mi mirada acaricias la sombra obscura que enmarca tu sonrisa, como invitándome a tocarla, como pidiendo que sean mis besos y no tus manos los que dibujen ese contorno.
Yo también
respondo acariciando mi cabello, entre tejiendo mis dedos en los mechones,
deseando que nuestras piernas terminen entre cruzadas antes de que termine la
noche.
Un segundo
sorbo de calidez nos hace mirarnos fijamente, sostener la vista para que
nuestros ojos griten frente a frente cuánto nos deseamos, pero tú bajas la
mirada y también una de tus manos. Acaricias sin querer la tela blanca que está
junto a tu bebida y puedo sentir cómo tus dedos acarician mi piel provocando un
nuevo escalofrío.
Ahora es mi
turno, quiero provocarte de igual manera, quiero contemplarte desnudo con mi
mente antes que con mis ojos, así como sé que tú lo estás haciendo.
Intencionalmente tomo un trozo de hielo y antes de derretirlo en la calidez de
mi boca, lo hago recorrer el sendero que va desde mis senos hasta ella; tus
manos, al verme, juegan con lo primero que encuentran, aquella tela blanca que
cuando la tocas pareciera que tocas mi piel.
El hielo ha
desaparecido detrás de mis labios y el tercer trago lo damos igualmente juntos.
Pero ahora es tu lengua la que quiere jugar dentro de mi boca, la que quiere
contagiarse de esa sensación de calor y frío que el hielo dejó con su
presencia, esa misma sensación que quiero despertar en el resto del
camino.
El sorbo ha
sido largo, delicioso, incomparable a los anteriores, tal vez porque esta noche
ambos estamos decididos a sucumbir antes de lo acordado. Y no falta mucho para
ello, una cuarta inclinación de ambas partes y los dos estaremos disfrutando de
las últimas gotas de nuestro elixir.
Nuestras
miradas no dejan de cruzarse, nuestros cuerpos de conversar entre ellos, cada
movimiento mutuo o discorde te dice y me dice cuál es el siguiente paso. Ambos
estamos desnudos, intentando alcanzar el extremo más lejano de la piel del otro
y queriendo verter las últimas gotas amargas y dulces uno dentro del
otro.
El momento
se acerca, tú te inclinas yo permanezco recta, nuestros suspiros se pierden,
tomas el último trago yo el último aliento, y dejamos caer nuestros brazos
lánguidos, sin fuerzas, sin que nuestros ojos logren despegarse.
Tomas tu
saco, el periódico y pides la cuenta. Puedo ver cada uno de tus movimientos
desde donde me encuentro, a unos cuantos pasos de la barra, tu lugar de
costumbre, tú también ves cada uno de los míos.
Es delicioso
tomar café contigo todas las noches, a pesar de la distancia, a pesar de no
conocernos y a pesar de que cada noche, mientras bebemos, los dos imaginamos
que nuestro ritual se convierte en algo completamente distinto.